Carajo

En vista de que todo se ha ido e irá al carajo.

lunes, 22 de agosto de 2011

Entre sueños y prisiones. (Primera parte)

Por una época las noches eran aterradoras, mi insuperable miedo a la oscuridad, la recurrente sensación de compañía en la habitación, mi oso protector. Mamá me despertaba a las 7. Me bañaba y me vestía, al parecer a ella no le importaba que me pusiese medias de distinto color o que la camiseta estuviese al revés. Tomábamos un café rápidamente. Tomaba la maleta y salíamos para el jardín. Nunca me gustó del todo “jardín estrellitas”. Entré ahí porque era cerca y había piano. Mi mamá es una pianista frustrada por nosotros, en general. Lo digo porque estudiaba piano en el conservatorio de la universidad nacional, y según ella: decidió tener familia. No podía andar con familia y conciertos. Ahora, yo estaba en un jardín, con una señora que tenía piano. La rutina que recuerdo consistía en clases con unos niños de los cuales no poseo recuerdo alguno ya que nunca jugaban conmigo. Una profesora que me obligaba a escribir con la derecha, y castigos por no colorear bien o tirar los libros con ira. Manos arriba en un rincón. Luego caminaba a un cuartito lleno de cojines en el suelo, donde estaban los cuentos, abría uno, empezaba a leer y me quedaba dormida. Me despertaban al rato, porque era la hora de salida para todos, menos para mí. Me obligaban a almorzar, estaba en esa época en la que no quería comer, menos esos vegetales mal preparados y zanahorias desagradables junto a esos odiados garbanzos. Sólo comía lo que quería, de resto, jugaba con la comida hasta que se cansaban de verme no comer. Me amenazaban diciendo que le dirían a mamá, de todas formas engullía un poco de vegetales y dejaba la mayoría.

Seguían las lecciones de piano. Do, mi. Do, re. Do, fa. Do, sol. Piano, mezzoforte y forte. Coordinar las dos manos me quedaba difícil, sobre todo la izquierda. Sólo podía manejar bien una octava, eso me frustraba. Luego me dormía de nuevo, soñando con acordes, coordinación, lo que fuese. Mi mamá llegaba tipo 7 por mí. Me salvaba de ese averno, siempre me obligaban a todo. Bueno, no recuerdo si me obligaban o me gustaba llevar la contraria. Me caían mal todos.

Llegaba a casa, mi mamá me preparaba lo que yo quería comer, me preguntaba qué había aprendido. Yo, me ponía la pijama, lavaba los dientes y entraba al sobre, antes me despedía de papá que por lo general él me hacía cosquillas. Me di cuenta que soñaba en blanco y negro. Nunca lo había notado. Las cosas en el sueño tenían números, esos números engañaban a mi mente con el jueguito de los colores, pero ni era cierto, no había color. Sólo números en espacios blancos y negros. Saltando en un piano estaba, haciendo palitos chinos con las piernas. Resbalo y caigo en un trasero inflable, al rebotar llego alto y con todas mis fuerzas pienso en volar. Así no se aprende.

Me paro y camino, me encuentro con la colina de mierda en la que algo me persigue, empiezo a correr como de costumbre, hacia abajo, no hay viento en los sueños, si hubiese viento volaría como Dickens decía de los caballos que vuelan, si los fantasmas pueden volar, yo también. Mientras pienso eso en el sueño voy corriendo parece que ese pensamiento cambia el curso de mis pies, trepo a un árbol inclinado y salto alto, al vacío. Siento vértigo, el estómago desocupado. Creo que no fue buena idea, sin carro esta vez, caigo al acantilado, y caigo y caigo. No quiero despertarme porque si llego al final deja de pasar. Inevitablemente me despierto paralizada. Se nota que no ha amanecido, la habitación de mis papás siempre tan apartada. Cuento hasta 3 debajo de las cobijas y corro muy rápido (sin mirar con detalle el resto del departamento) al cuarto de mis papás: Mami, me volví a caer al acantilado. Danielita. Acuéstate al lado poupée. Ese acantilado no existe. Y el abuelo que se estalla tampoco.

Seguí intentando de distintas formas, hasta que entendí que se tenían que mover los omoplatos un poco. Aprendí a levitar en los sueños. Moviendo los hombros. Sólo al principio, luego salté alto y agarré una corriente que se siente como agua y me lleva, hay que tomar la que esté en la dirección que uno quiera, cosa que se vuelve difícil en situaciones de peligro en los sueños porque no hay señalización, esas corrientes sólo se encuentran en lo alto. También pasa que si se busca volar con muchas ganas empiezas a correr levitando en un mismo sitio, como una comedia te quedas quieto haciendo el ridículo, ya que no hay como impulsarse tienes que buscar un apoyo para saltar o imaginar un resorte bola algo que rebote y te lleve. Pero eso no importa, lo que importa es que no te alcancen o vean. Y ahí tomé conciencia de los submundos.

Tuve el mismo sueño justo la noche antes de venir por primera vez a Buenos Aires, ya no sentía pánico, el sueño se metió en un agujero morado escarlata. No he vuelto a soñar lo mismo desde entonces.

Estaba en un colegio católico que detestaba más que el jardín en el que me obligaban a tocar piano. Fundamentalmente me tocaba jugar con niñas que no quería. No las quería porque siempre me dejaban de última al escoger el personaje en juegos de rol. Terminaba siendo un personaje secundario que hacía estupideces y de vez en cuando. Eso me aburría, luego con el tiempo me di cuenta que me ponían a hacer en el personaje más “feo” también. Hay que aceptarlo, mi apariencia siempre fue descuidada, me encantaba arrastrarme y por lo general el uniforme que tenía medias blancas, terminaba siendo gris con el caucho disfuncional. Los cordones, también blancos, se deshacían y terminaban grises un poco más oscuro, incluso algunas veces mojados. Mi pelo siempre andaba en desorden o aprisionado en un caucho horroroso de caritas de plástico. Manos sucias, si es posible, cara sucia. Las monjas me miraban con asco. Me mandaban lavar todo al baño después del receso. Era el ejemplo perfecto de como una niña no se debe comportar, comer, hablar y escribir. Ser zurda fue mi primer no talento.

5 comentarios:

J dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
J dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
J dijo...

Me gusta la parte donde la pequeña Daniela "Saltando en un piano estaba". La impotencia que produce la parálisis del sueño tal vez te llevó a explorar más acerca del mundo de Morfeo para adquirir esa capacidad del sueño lúcido.

Anónimo dijo...

Arrojas un "recórcholis" onírico en que tu vida se narra más en sueños que en vida... y no hay nada para juzgar, mucho para jugar...

Diferencia cuando tengas tienes los ojos abiertos...

Anónimo dijo...

Esto me dice de manera muy fea: Haga su comentario.
Con tus letras podemos hacer buenas canciones.
Sin muchas palabras porque ya me las quitó todas Srta Ambrusia.