Carajo

En vista de que todo se ha ido e irá al carajo.

lunes, 24 de octubre de 2011

Acerca de la lejanía.

Si se esfuerza para describir al sol tal vez no lo esté notando en su mayor esplendor. Formando formitas grandes o pequeñitas, quemando pieles, soñando con la luna mientras que se mece en la espuma del cielo. No es cielo, es celeste.

Curioso ver como el cielo tiene en llamas el infierno en un pequeño círculo, más importante que cualquier nube o avión está ese pequeño círculo: por eso llamo cielo al celeste para ser sarcástica con el infierno y llenar luego el espacio de luna que es simplemente oscuridad.

Si usted se quema seguramente dolerá un rato, proporcional a la profundidad de la quemadura. Si usted es luna, probablemente no vea nada y su intento de fuego esté destinado a otro astro. Sin embargo el egoísmo no es parte de piedras o materiales. Nosotros somos piedras y materiales. No entiendo como la irracionalidad nos dejó de repente, es más probable que nuestra irracionalidad característica sea llamada racionalidad en un intento egoísta de ser más que cualquier ser.

Esa actitud prepotente que prorrumpe tiene una raíz nuclear. Tener la posibilidad de matar todo, nos hace grandes, un suicidio colectivo, armas de destrucción de formas de vida, más IVA y cualquier otro impuesto, marca ACME en definición.

No veo un ápice de amabilidad, últimamente todos son pequeñas llagas de sin sentido y odio. Me produce eso aún MÁS sin sentido y odio, carajo, si su delirio es no sentir delirios el infierno ha desparecido con su luz, la luna le está jodiendo con la oscuridad, nunca sentirá de nuevo un orgasmo y probablemente utilizará bigotes en las fotos.

Déjese llevar por la tempestad del mal gusto, cocine en su espacio- tiempo reducido. Si logra eso llamado amabilidad, una amabilidad nuclear, de suicida versado que en su cobardía ha encontrado la suficiente valentía que da lo cotidiano, lo respeto de antemano y le regalo una sonrisa que al igual que nada es suficiente. Pero también es nada.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Media naranja.

Es un limón de cáscara dura y piel ácida. El haber pensado que era una naranja le jodió la vida. Sin embargo la naranja no tenía ese sabor que se podría acompañar con cerveza-. Resultó que eso era él para ella. Un verde limón. A la distancia y en el congelador se vuelve más fría la piel. Por lógica no debió apartarse y simplemente exprimirlo, tomar la cerveza y desistir como es debido.

La lógica falla, las neuronas más y ausente el alma a duras penas opina. El alma opina, vea pues, que cosa tan rara. Adulador él se baja del carro blanco, lo miró desde el balcón. Escupe unas cuantas frases displicentes a su compañera de turno, esa camisa blanca adornada por la corbata azul o gris.

La nariz aguda impide que me concentre lo suficiente. Un testaferro a los colores es su nombre, son sus manos y el sin fondo de sus pupilas. Deberían encarcelarlo a él y al limón. Así no habría más la posibilidad de volver a probar colores ni pulpas de frutas ácidas, en esa lucha de las personas básicas confundidas con comunes. Se podría sacar la cabeza. El limón podrido, la piel caída por la edad, ella sola, aparentando ser feliz con la siguiente naranja que resultó ser uva.

lunes, 22 de agosto de 2011

Entre sueños y prisiones. (Primera parte)

Por una época las noches eran aterradoras, mi insuperable miedo a la oscuridad, la recurrente sensación de compañía en la habitación, mi oso protector. Mamá me despertaba a las 7. Me bañaba y me vestía, al parecer a ella no le importaba que me pusiese medias de distinto color o que la camiseta estuviese al revés. Tomábamos un café rápidamente. Tomaba la maleta y salíamos para el jardín. Nunca me gustó del todo “jardín estrellitas”. Entré ahí porque era cerca y había piano. Mi mamá es una pianista frustrada por nosotros, en general. Lo digo porque estudiaba piano en el conservatorio de la universidad nacional, y según ella: decidió tener familia. No podía andar con familia y conciertos. Ahora, yo estaba en un jardín, con una señora que tenía piano. La rutina que recuerdo consistía en clases con unos niños de los cuales no poseo recuerdo alguno ya que nunca jugaban conmigo. Una profesora que me obligaba a escribir con la derecha, y castigos por no colorear bien o tirar los libros con ira. Manos arriba en un rincón. Luego caminaba a un cuartito lleno de cojines en el suelo, donde estaban los cuentos, abría uno, empezaba a leer y me quedaba dormida. Me despertaban al rato, porque era la hora de salida para todos, menos para mí. Me obligaban a almorzar, estaba en esa época en la que no quería comer, menos esos vegetales mal preparados y zanahorias desagradables junto a esos odiados garbanzos. Sólo comía lo que quería, de resto, jugaba con la comida hasta que se cansaban de verme no comer. Me amenazaban diciendo que le dirían a mamá, de todas formas engullía un poco de vegetales y dejaba la mayoría.

Seguían las lecciones de piano. Do, mi. Do, re. Do, fa. Do, sol. Piano, mezzoforte y forte. Coordinar las dos manos me quedaba difícil, sobre todo la izquierda. Sólo podía manejar bien una octava, eso me frustraba. Luego me dormía de nuevo, soñando con acordes, coordinación, lo que fuese. Mi mamá llegaba tipo 7 por mí. Me salvaba de ese averno, siempre me obligaban a todo. Bueno, no recuerdo si me obligaban o me gustaba llevar la contraria. Me caían mal todos.

Llegaba a casa, mi mamá me preparaba lo que yo quería comer, me preguntaba qué había aprendido. Yo, me ponía la pijama, lavaba los dientes y entraba al sobre, antes me despedía de papá que por lo general él me hacía cosquillas. Me di cuenta que soñaba en blanco y negro. Nunca lo había notado. Las cosas en el sueño tenían números, esos números engañaban a mi mente con el jueguito de los colores, pero ni era cierto, no había color. Sólo números en espacios blancos y negros. Saltando en un piano estaba, haciendo palitos chinos con las piernas. Resbalo y caigo en un trasero inflable, al rebotar llego alto y con todas mis fuerzas pienso en volar. Así no se aprende.

Me paro y camino, me encuentro con la colina de mierda en la que algo me persigue, empiezo a correr como de costumbre, hacia abajo, no hay viento en los sueños, si hubiese viento volaría como Dickens decía de los caballos que vuelan, si los fantasmas pueden volar, yo también. Mientras pienso eso en el sueño voy corriendo parece que ese pensamiento cambia el curso de mis pies, trepo a un árbol inclinado y salto alto, al vacío. Siento vértigo, el estómago desocupado. Creo que no fue buena idea, sin carro esta vez, caigo al acantilado, y caigo y caigo. No quiero despertarme porque si llego al final deja de pasar. Inevitablemente me despierto paralizada. Se nota que no ha amanecido, la habitación de mis papás siempre tan apartada. Cuento hasta 3 debajo de las cobijas y corro muy rápido (sin mirar con detalle el resto del departamento) al cuarto de mis papás: Mami, me volví a caer al acantilado. Danielita. Acuéstate al lado poupée. Ese acantilado no existe. Y el abuelo que se estalla tampoco.

Seguí intentando de distintas formas, hasta que entendí que se tenían que mover los omoplatos un poco. Aprendí a levitar en los sueños. Moviendo los hombros. Sólo al principio, luego salté alto y agarré una corriente que se siente como agua y me lleva, hay que tomar la que esté en la dirección que uno quiera, cosa que se vuelve difícil en situaciones de peligro en los sueños porque no hay señalización, esas corrientes sólo se encuentran en lo alto. También pasa que si se busca volar con muchas ganas empiezas a correr levitando en un mismo sitio, como una comedia te quedas quieto haciendo el ridículo, ya que no hay como impulsarse tienes que buscar un apoyo para saltar o imaginar un resorte bola algo que rebote y te lleve. Pero eso no importa, lo que importa es que no te alcancen o vean. Y ahí tomé conciencia de los submundos.

Tuve el mismo sueño justo la noche antes de venir por primera vez a Buenos Aires, ya no sentía pánico, el sueño se metió en un agujero morado escarlata. No he vuelto a soñar lo mismo desde entonces.

Estaba en un colegio católico que detestaba más que el jardín en el que me obligaban a tocar piano. Fundamentalmente me tocaba jugar con niñas que no quería. No las quería porque siempre me dejaban de última al escoger el personaje en juegos de rol. Terminaba siendo un personaje secundario que hacía estupideces y de vez en cuando. Eso me aburría, luego con el tiempo me di cuenta que me ponían a hacer en el personaje más “feo” también. Hay que aceptarlo, mi apariencia siempre fue descuidada, me encantaba arrastrarme y por lo general el uniforme que tenía medias blancas, terminaba siendo gris con el caucho disfuncional. Los cordones, también blancos, se deshacían y terminaban grises un poco más oscuro, incluso algunas veces mojados. Mi pelo siempre andaba en desorden o aprisionado en un caucho horroroso de caritas de plástico. Manos sucias, si es posible, cara sucia. Las monjas me miraban con asco. Me mandaban lavar todo al baño después del receso. Era el ejemplo perfecto de como una niña no se debe comportar, comer, hablar y escribir. Ser zurda fue mi primer no talento.

sábado, 2 de julio de 2011

Poema fallido

Me estoy obligando a no fluir por las mejillas, sólo lo hago por la nariz.

Me estoy obligando a estar ausente mientras sonríes hoy y mañana.

Me estoy obligando a no toser tan fuerte porque quizá pierda mi alma.

Me estoy obligando a olvidarte ya que perderte fue la acción y recordar no es una opción.

Me estoy forzando a pensar a futuro.

Me estoy violentando cada vez más duro-.

Debe ser mi moral y su juego sucio.


Simples cál/culos


Preciso lo impreciso porque abre la puerta a ese rumbo ciego, lleno de olores y sabores. Carente de caras.
Pase ud. niño sub uno elevado a la dos mil diecisiete, multiplicado por sus padres en otros similares o hermanos, equivalente a 5 años menos de vida si ud. es menor.
Súmele la alegría de vivir, réstele la decepción de haber vivido, divídalo en recuerdos y relaciones: ahí tendrá esa cifra con sístole retorico fragmentado, multiplíquelo cada vez que pueda, remplace x, despeje y. Iguálelo a cero. Puta vida, todo lo importante da cero-.

En una de estas noches

Agustina tiene sus reservas, el pelo es como un resorte de ideas y ahora se ha sentado a mi lado a crear olores, pero no quiere probar sabores porque está lleno. Las montañas son las mejillas de Tayla que más que montañas son pequeñas cumbres con nieve. Sus ojos miran los sabores y todos prueban menos ella que se esfuerza por despejar sus palabras y una sonrisa tan cadente como una pieza de blues. .. Sube por las enredaderas del cabello de Juan, tan corto y más o menos largos los brazos al sacar su abrigo. Las flores del pantalón azul me atrapan en su simplicidad y de nuevo reconozco la noche, la luna llena, que se mueve y danza con las constelaciones malditas, sí, las mismas paganas de todos los tiempos y que han creado nuestro creer. Creer en ellas y su superioridad, supongo es, que son superiores porque aún no las podemos matar. Revolución de amor y el superhombre inexistente no vuela atómicamente ni micro atómicamente por el universo a la velocidad de la luz, en un mundo paralelo todo es relativo, el universo de Daniela, limitado a unos nano centímetros como la bacteria que podría afectarme emocionalmente. Se está alimentando de mis células multifuncionales y mortales en unidad.

Suena el roce de unas llaves y llega Daniel con pan legal para comer con manteca, no mantequilla. No hay que comprar más leche, para hacer el yogurt que dañamos, DANIEL el yogurt.

Que impreciso el roce de los cajones como el mar con la arena, no, más bien suena a despeñadero de rocas y parmesano para el pan. También para que los risos negros de Agustina estén sanos. Nada para mañana repite Daniel. Y el yogurt.

Ese es para mañana, lo leído y lo que se viene por leer, yo nunca pierdo pero tampoco gano. ¿Eso me hace perdedora? No, eso me hace una histérica, luego eso me hace pensar en mí y no me gusta: prefiero pensar en Maura. Ella es verde según los ojos de mi abuelita, mi abuelita ve distinto, no es que no vea. Mate, jaque y mate al pensamiento de estudio temprano, todas las conexiones dulces, ven, quiero compartir azúcar, miel. La máxima del cariño es comer una chocolatina mirando a los ojos que quieres ver mientras nadas en ilusiones de amor agridulce que provienen del cacao y se contaminan con leche, leche de él.


Un gallo y un gato

Un gallo, un gato y muchos colores.

De repente voces de la india, de paso por la feminidad y esa ideología femenina. Condiciones para mujeres y escenarios distintos como telón para lo que es una gran obra teatral, mi vida, mis emociones, mis palabras. Todas escritas en el guión. Detrás del guión están sus padres.

Ellos están a kilómetros de distancia, abono, adobo a un tomate que es mi corazón como error gramatical mal pintado y con ciertos límites definidos. Límites de colores y geográficos que se corren con los pensamientos e ideas de solo algunos. Algunos con fuego: el que se acerca a la candela se quema.

Me quemo porque veo mis uñas fuego, color fuego las yemas de mis dedos que arden al tocar cada letra y ésta de repente blanca aparece en mis manos, se traspasa negra al papel para contrastar el silencio y el habla. La ausencia y la presencia tan frágiles, así las letras se tornan más blancas hasta desaparecer sin embargo presentes en el ambiente se niegan desalojar mi mente y mis alas aún escondidas en omoplatos…

¿Dónde están mis alas? Pegadas en la tierra ya que mi espina dorsal no deja que vuelen, y ¿dónde están mis aletas? Abiertas cerca al corazón evitando escamarse. Al escamarse los poros se abren y se vuelven tan profundos, respiran agua, la tensión los obliga…. Y mis alas no responden pegadas a la tierra. Mis fibras hidratadas reciben ese abrazo prometedor, comprometedor, un cariño extraño que ahora extraño. Es como la ausencia de esas letras ahora transparentes que aún silentes esbozan un boceto de color.


Angora

Las tortugas no regresan; sucedió.
Un olor a incienso lúgubre mezclado con formaldehído, Angora y yo mirando a ese señor vestido como un apóstol. Que ridículo pensé.

Divagar, sólo por esta vez me levanto aciago, y me pregunto si aún flotará Angora en los días de bochorno húmedo.

El piso de madera, la casa de cristal polarizado, el corazón de piedra y helo ahí.
Fue fácil describirlo a él ¿ ó ella?, es mi tortuga, siempre mira con la nostalgia que la encarna, en ese acuario, parece ahogarse.

Mi lord, las distancias se hacen largas para una tortuga agonizante, siento la pérdida de su padre que a la vez es el mío.

Preocupada por el olor, otra vez me acuerdo de Angora, es la pérdida que en realidad me ha importado, tal vez porque yo no le interesaba a ella, cada vez que la cogía con la mente perversa de una niña de 12 años que se encuentra sola, se escondía en su caparazón.
La tuve dos semanas sin comer, no le pasó nada. Quería sacarla de la cosa verde, no pude, hasta que esa mañana en la que encontró la ventana abierta se fue volando.

Mi lord, tenía que pasar, es el orden de la existencia de cualquier ser vivo, de hecho si lo ve desde ese modo podrá darse cuenta de su resignación frente a la muerte, yo sé que vivo muriéndome.

Angora, a la que mi abuela llamaba Pandora en su senilidad, se fue volando porque no le gustaba tratar con futuros muertos que lloran a los que se murieron.

Hay Pandora, que buena tortuga fue, ¿ó era Angora?, mi lord, la nostalgia cambia el termómetro de la locura, deberías saber que querría tener mil tortugas que formaran una tortuga mayor que nos aplastara con la pata trasera, como sin importancia.

Conozco esa mirada. Lamentablemente, su mirada danza al ritmo de ese sueño soñado, ¿qué diría Morbello y Angora?.
No dicen nada, ya se murieron también. Él se volvió Morfeo y ella Pandora.